VARIOS
¿Qué es la filosofía?, comenzó proponiendo el filósofo Iván de los Ríos. Y él mismo explicaba la respuesta que nos daría Platón a este interrogante, según el texto apócrifo Definiciones (en griego, öpoi, hóroi): la filosofía es deseo, hábito, cuidado y cura. Un deseo, un impulso, un apetito que nos hace tender al saber. Pero no basta con este apetito. El deseo filosófico hay que educarlo, porque solo el hábito cotidiano de revisar las propias creencias conduce al conocimiento firme y genuino. Si se educa este deseo, la filosofía deja de ser una simple acumulación de conocimientos y pasa a ser una forma de cuidado, de uno mismo y del otro. La filosofía consiste, así, en la búsqueda de una verdad que tiene que ver con una transformación de nosotros mismos, en tanto sujetos de conocimiento, y del mundo, en tanto objeto del conocimiento. El filósofo debe aceptar la radicalidad de la pregunta y habitar la brecha que abre su cuestionamiento. Para ello, el pasado no puede concebirse como algo estanco. La clave está en dudar, revisar, dialogar con él. Resignificar... O quizá no. En esa mesa de debate, la filósofa Mercedes López Mateo matizaba: «Hablar de resignificación implica pensar que ese nuevo significado no estaba antes. Yo creo que ese diálogo con la historia ya estaba, y es en su lectura, en su divulgación, en la comunicación con los otros cuando sale». La filosofía se dibuja como un saber que cuestiona, un modo de hacer caracterizado por la conversación... ¿y por la imaginación? Era la filósofa Irene Ortiz Gala quien incidía en este aspecto. «Pensar el mundo e imaginar otros escenarios ya es hacer filosofía, es transformar la realidad -decía Ortiz-. La filosofía es una práctica que nos permite pensar nuevos horizontes. Ser capaces de imaginar desde la filosofía situaciones que todavía no se dan y de romper con los conceptos que tenemos naturalizados me parece que ya es mucho».